Madrid, 19 de marzo de 2014.- Especialistas del Instituto de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN) del grupo dirigido, desde Santiago de Compostela, por el Dr. Felipe F. Casanueva, en colaboración con el grupo de Pamplona dirigido por el Dr. Alfredo Martínez, han demostrado la predisposición a desarrollar diabetes mellitus tipo 2 en pacientes que han reganado peso tras haberlo perdido en un programa dietético hipocalórico. El hallazgo evidencia la importancia de pautar dietas individualizadas amparadas en la nutrigenómica y la necesidad de buscar biomarcadores de respuesta a tratamientos nutricionales antiobesidad.
A la vista de los resultados, la autora principal de este estudio, la Dra. Ana B. Crujeiras, insiste en priorizar análisis personalizados en terapias contra el sobrepeso, especialmente en pacientes que se saben susceptibles de recuperar kilos perdidos. Señala además la conveniencia de realizar una evaluación previa de los valores de irisina en pacientes obesos antes de someterlos a una dieta baja en calorías. “Gracias a este descubrimiento, se demuestra que una comprobación previa de los niveles de esta hormona podría predecir una alteración futura en la glucosa corporal de los pacientes, lo que podría provocar que sufran, en un futuro, diabetes tipo 2 y, en definitiva, el éxito o fracaso de tratamientos antiobesidad”.
Más irisina, más obesidad, más resistencia a la insulina
Para extraer estas conclusiones, el equipo del CIBEROBN liderado por la Dra. Crujeiras estudió a un grupo de 136 pacientes obesos que siguieron una dieta hipocalórica de ocho semanas para bajar de peso, y que, al finalizarla, trataron de mantenerse en el peso alcanzado. Entre cuatro y seis meses después de ese tratamiento, fueron reevaluados para ver si habían conseguido ese objetivo y evitado el conocido como “efecto rebote”, que suele producirse en algunos pacientes después de haber realizado restricciones alimenticias de este tipo.
“En las evaluaciones que se les realizaron se atendió, de forma especial, a los niveles de irisina, leptina y adiponectina, para determinar la diferencia entre las cantidades iniciales, al final de la dieta y después del período de seguimiento. Los resultados no dejaron lugar a dudas: de los 136 pacientes analizados, el 50% recuperó el peso perdido y, después de comprobar sus analíticas y observar altos niveles de irisina en sangre, fueron clasificados como resistentes a la insulina”, señala Ana B. Crujeiras.
El trabajo cuestiona las bondades absolutas atribuidas a la irisina en la lucha contra el sobrepeso y otras patologías asociadas como diabetes 2 o problemáticas cardiovasculares. La literatura generada sobre esta hormona, recientemente descubierta, habla de su capacidad para ‘quemar grasa’ convirtiendo la grasa blanca (‘mala’) en parda (‘buena’), para mejorar los estados de obesidad, la homeostasis de la glucosa y aumentar la esperanza de vida. Son necesarios, sin embargo, nuevos avances en esta línea para precisar sus propiedades saludables y el alcance de las mismas.
Alimentación a medida, ingrediente de salud
“Este hallazgo, según la Dra. Crujeiras, aporta nuevas evidencias sobre la necesidad de localizar biomarcadores que permitan evaluar la eficacia de alimentos funcionales; y la importancia de conjugar armónicamente nuestro ADN con nuestra alimentación de acuerdo con la genómica nutricional”. Una disciplina científica apoyada en la nutrigenética (estudio de diferentes respuestas a la dieta según variantes genéticas de cada persona) y la nutrigenómica (que estudia la influencia de los nutrientes en la expresión de los genes). Ciencias pensadas para trabajar en el diseño de dietas personalizadas como herramienta preventivo-curativa de múltiples enfermedades, entre ellas, las ocasionadas por un exceso de peso.